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LA ROSA TRISTE

  • Diana Patricia de Iriarte
  • 1 nov 2018
  • 1 Min. de lectura

Sus pétalos se cerraron cuando sintió que el surco en donde estaba sembrada era de ceniza y cal. Un toque de violines rompió sus ilusiones y pensó que no le sería posible abrirse al amanecer porque carecía de luz. Su alma, rosa, era de sueños con amaneceres perfumados de sándalos y jardines de madreselvas, luces de oro y libélulas doradas. Cuanto entendió que nunca podría abrirse a los ojos de su amado sol, prefirió cerrar sus pétalos y dejarse morir de amor.

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